¿Qué necesita realmente nuestro mundo para convertirse en un lugar mejor? Podemos bailar alrededor de esta pregunta como indios de pura cepa y corear mil respuestas diferentes. Pero si vamos al grano y miramos el meollo de la cuestión, llegamos a la única conclusión inevitable:
LA HUMANIDAD DEBE VOLVER A LA FUENTE DE TODO BIEN, AL DADOR DEL AMOR VERDADERO, AL CREADOR DE TODA VIDA, AL QUE NOS LLAMA A CONVERTIRNOS EN HIJOS DE LA LUZ.
Después de todo, los enemigos de la humanidad son entidades espirituales tan malvadas que no se detendrán ante nada. Por eso causan pandemias, pobreza, perversión, envenenamiento y mucho más.
Podemos esconder la cabeza en la arena tanto como queramos, pero la verdad sigue en pie: existen fuerzas eternas del bien y del mal, y cada ser humano que nace en este mundo tiene que elegir en algún momento de qué lado está.
Innumerables personas sufren bajo las crueles garras de los demonios que destruyen y devoran a la humanidad, y claman por ser salvadas. Pero, por alguna extraña razón, muchos de nosotros rechazamos la respuesta a nuestro clamor, e incluso nos rebelamos vehementemente contra ella.
Queremos que nuestra salvación sea cualquier cosa que cualquiera pueda imaginar, siempre que no sea la verdadera respuesta. Aceptamos las fantasías más extrañas urdidas en cerebros rebosantes de ilusiones fantásticas, que van desde la llamada Policía Intergaláctica, hasta pretender ser nosotros mismos «dios» creador del universo.
Nuestra vana imaginación no tiene límites, mientras no tengamos que reconocer la realidad que nos rodea: nuestro mundo es una creación majestuosa, llena de maravillas y bellas manifestaciones de un Creador de toda la vida. Un Creador que es tan indescriptiblemente maravilloso que nos regala romance y amistad, sexualidad y placer, verduras sanas y fruta nutritiva, deporte y aventura, arte y creatividad, intelecto e ingenio, sueños e imaginación, naturaleza y aire libre, flores de colores y mariposas brillantes, pájaros cantores y leones rugientes, cascadas atronadoras y arroyos balbuceantes, árboles impresionantes y hierba que se mece, montañas enormes y llanuras infinitas... y así infinitamente más.
Sí, podemos estar de acuerdo con las élites satánicas que han utilizado a Charles Darwin para imponer a la humanidad el delirante cuento de hadas de la teoría evolucionista de que nuestro fenomenalmente maravilloso mundo, lleno de innumerables maravillas e indescriptible belleza, e incluso nosotros mismos -la gloria suprema de esta magnífica creación- somos todos el resultado de un absurdo, carente de cualquier significado, valor o propósito.
Tenemos la opción de abrazar esa visión del mundo que nos han dado las mismas personas que prescriben inyecciones letales e inyectan billones de litros de veneno mortal en nuestro aire, mientras nos mienten todo el día a través de los medios de comunicación y silencian a cualquiera que intente decir la verdad. Puede que estemos de acuerdo con estos demonios.
Pero les animo a que profundicen un poco más y reconozcan que nuestros espectaculares cerebros, sofisticados sistemas nerviosos, asombrosos ojos, complejos órganos e innumerables células son millones de veces más avanzados de lo que jamás será cualquier invento humano.
Cada ser humano es una maravilla de la ingeniería, una combinación de miles de millones de obras maestras de ingeniería que trabajan juntas para crear una deslumbrante obra de arte, con emociones profundas, sentimientos intensos, sueños asombrosos, dones increíbles, amor intenso, ingenio impresionante y mucho más.
Podemos construir smartphones y robots, coches voladores y mundos virtuales... pero al final, todos carecen de vida. No pueden crecer, respirar, consumir alimentos, deshacerse de sus propios residuos, repararse a sí mismos, pensar de forma independiente o reproducirse. Y, por supuesto, no tienen sentimientos, emociones, sueños, espiritualidad ni moralidad. La inteligencia artificial puede llegar a ser superinteligente, pero siempre seguirá siendo primitiva, porque sigue sin tener alma viviente; no contiene vida. Sigue siendo una serie de cálculos en un grupo de cables sin cerebro. Si se desconecta, se acabó.
Lo que el hombre crea está y sigue estando muerto. No podemos crear vida. La ciencia nunca podrá reproducir una célula viva ni crear una semilla que crezca hasta convertirse en un árbol lleno de frutos sanos.
Nos hemos engañado pensando que creando pura muerte, hemos igualado de algún modo el milagro de la vida.
Y al hacerlo, nos engañamos aún más, porque en nuestros vanos intentos de emular los verdaderos milagros de nuestro Creador, sólo estamos demostrando que todo sistema funcional necesita inteligencia para nacer, lo que socava por completo la doctrina de las élites: que todo fue creado por casualidad ciega.
La creación de nuestras máquinas muertas requiere la culminación del intelecto de miles de genios, reunidos a lo largo de cientos de años. Sin embargo, pretendemos ser sabios cuando decimos que los miles de millones de milagros no creados por el hombre, que son indescriptiblemente más complejos y perfectos, surgieron sin ninguna influencia de la inteligencia.
La locura de esto es incomprensible para cualquiera que se atreva a razonar honestamente. Demuestra que la verdadera motivación para rechazar el Origen de la Vida no es científica, lógica o calculada, sino espiritual y emocional.
Algo en lo más profundo del corazón humano se resiente de la realidad de que no somos los seres más poderosos del universo. Insistimos en ser nosotros mismos «dios».
Los maestros de la ciencia, supuestamente mejor educados y civilizados, sufren un ataque peor que el de un niño pequeño indisciplinado cuando se enfrentan a la realidad de que su supuesto intelecto es comparable al de una hormiga, comparado con la infinita sabiduría del Creador que hizo nuestros cerebros, ojos y sangre.
En resumen, hay una rebelión obstinada y profundamente arraigada en el corazón del hombre, que es la verdadera razón por la que hemos escrito millones de libros «demostrando» que Dios no existe, mientras corremos detrás de cada historia sobre extraterrestres y otras alternativas, con tal de poder arrastrarnos lejos de la brillante luz de Aquel que es nuestra verdadera respuesta.
El problema no es la falta de pruebas de la existencia de Aquel que es el Dador de todo lo que hace a las personas sanas, felices y plenas. El problema es que nos negamos a reconocer a este Divino Dueño de todo. Y esa es la verdadera causa de todo el sufrimiento en la Tierra. Porque nuestro rechazo de Él -el que puede curarnos a todos- ha abierto de par en par las puertas de este mundo a los que infligen enfermedad y muerte a la raza humana. Cuando descartas el bien, das la bienvenida al mal.
Creo que estamos viviendo una época en la que la humanidad se está dando cuenta de esta verdad tan profunda. Puede que descubramos la verdad sobre las vacunas, las pandemias, las elecciones y la corrupción gubernamental pero si negamos el poder y la gloria del Creador de nuestro mundo, seguiremos sumidos en una profunda oscuridad. Porque sólo buscamos migajas de pan, en lugar de entrar en el palacio real y tomar asiento en el banquete que se ofrece a todo el que lo desee. El banquete de la curación, el perdón, el amor, la verdad, la bondad, la esperanza y la restauración, donde cada elemento de nuestro ser eterno quedará satisfecho con aquello que más hemos anhelado desde que nacimos: amor verdadero, aceptación completa, alegría intensa, paz duradera, esperanza que conquista y el poder de vivir en abundancia.
Cuando conectemos con la verdadera Fuente de todo lo que satisface nuestras necesidades más profundas, seremos potenciados de formas que ni siquiera podemos imaginar.
Este es el mayor temor de los enemigos de la humanidad y de este mundo: la reconexión de la raza humana con su Creador, haciendo que la gente corriente se alce como héroes divinos, expulsando a los demonios más odiosos y pisoteando a las serpientes más venenosas, en el poder y la autoridad de Aquel que gobierna por encima de todo.
Cuando la humanidad regresa a su Fuente y Destino, depone todo orgullo y rebelión y recibe el amor que sana nuestros corazones y llena el abismo de nuestras almas, nos volvemos invencibles ante los demonios del mal.
Pero es una elección que tenemos que hacer.
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